La tradición de recordar a los muertos se ha transformado de generación
en generación con la incorporación de nuevos elementos; sin embargo, la esencia
de presentar una ofrenda por el alma del difunto no ha variado a pesar de que
cada vez se imponen más limitaciones para armar este ritual en los cementerios.
El sentido de la mesa o mast’aku que se elabora en memoria del difunto
representa un rito sagrado y espiritual a través del cual se establece una
comunicación entre el mundo de las almas y el terrenal.
La mesa es una “ofrenda de amor y cariño para el alma que se fue”. Por
tanto, resaltó que su armado y elaboración requiere conocimiento, dedicación y
tiempo.
El mast’aku debe reflejar tres niveles. El primero, Janaq Pacha o mundo
de arriba; el segundo, Kay Pacha o mundo terrenal y el tercero Ukhu Pacha o
mundo de las profundidades. Cada dimensión cuenta con una distribución espacial
y elementos simbólicos cargados de sincretismo.
El primer nivel representa el cielo,
donde se hallan el sol y la luna, que permiten la vida en la tierra. Está es
acompañada de la t’antawawa que representa la semblanza del difunto, junto a
los ángeles y la cruz.
En el segundo considerado la tierra, se sitúa la escalera, para que el
alma descienda y asciendan del mundo de los muertos y los vivos. Además, de los
platillos favoritos del difunto, urpus, pastillas, cigarro, frutas, coca,
juguetes, suspiros, bebidas, masitas y canastas de dulce.
Entretanto, en el tercer nivel o inframundo se encuentran los lagartos y
serpientes que acompañan a los difuntos al submundo. El ritual del mast’aku
inicia con la elaboración de los urpus y t’antawawas por los familiares. “Hay
que prepararse dos meses antes (…) La familia está en constante movimiento con
entusiasmo y alegría porque saben que el difunto vendrá en forma real y
compartirán con él (…). Ése es el mundo del masaco. La masa y los urpus tiene
que ser realizados por la familia”.
Diferencias
El antropólogo José Antonio Rocha informó que existen variaciones
locales para esperar al difunto. En el mundo amazónico, los dolientes no
preparan mast’akus; sin embargo, el 1 de noviembre asisten al cementerio donde
encienden velas para acompañar al alma. “Ellos conversan, disfrutan y hablan
sobre las buenas cosas que hizo el difunto junto a una vela, la cual significa
que el difunto está ahí con ellos”, aseveró.
Entretanto, el mundo andino arma mast’akus. La mesa quechua introduce elementos
modernos como helicópteros o bebidas como el whisky. En contraposición, los
aimaras mantienen los tres niveles de la mesa y mantienen las bebidas y comidas
tradicionales. “Probablemente entre los quechuas se ha perdido la mesa con tres
niveles, que en las mesas aimaras son claros y con los elementos de este
mundo”.
El mast’aku en la región aimara introduce elementos como la caña de
azúcar, cebollas y pasankallas. Las primeras dos representan un recipiente de
agua para saciar la sed del difunto cuando marcha al más allá. En el mundo
quechua los dolientes colocan un vaso de agua.
Inmortalidad
Camacho explicó que el armado de la mesa desde la cosmovisión andina
parte de la idea de que el alma es inmortal. Ello debido a que la vida es
cíclica y existe el “eterno retorno”. De ahí que el mast’aku es un nexo de
comunicación entre la vida y la muerte.
Añadió que las almas también se convierten en achachilas o protectores.
Estos adoptan formas naturales.
Origen
El antropólogo y docente de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS),
Amilcar Zambrana, expresó que el ritual para conmemorar la muerte en el mundo
andino, comenzó antes de la Colonia con los pueblos Huancaranis y Urus que
habitaban el altiplano.
En los “rituales de la muerte” estos desenterraban a sus difuntos y los
lavaban. Posteriormente, tendían una mesa con la comida y bebida de su
preferencia para honrarlos. La misma fue sustentada por la concepción andina de
la muerte, entendida como “volver al nacimiento”, dentro del Pachacuti que
maneja la idea de que el tiempo y espacio regresan.
El ritual está “íntimamente” vinculado al calendario agrícola, debido a
que entre octubre y noviembre comienza el periodo de lluvias y con ésta la
regeneración de la vida y la fertilidad. Este momento es clave para pedir a los
ajayus lluvia.
CELEBRACIÓN
Dos fiestas en noviembre
La fiesta de Todos Santos y el Día de los Difuntos son dos festividades
que conmemoran a los muertos pero con orígenes distintos.
En el primer caso, la Iglesia Católica estableció el primer día de
noviembre como la fiesta de Todos los Santos. Surgió durante la iglesia
primitiva para recordar a todos los mártires que fueron perseguidos. Tras ello,
el papa Gregorio III instituyó el 1 de noviembre como Día de Todos los Santos y
su seguidor el Papa Gregorio IV la instituyó para toda la iglesia por el siglo
IX.
Entretanto, la segunda o Día de los Difuntos es una festividad pagana
absorbida por la religión católica que tiene por fin recordar a los muertos en
base a un elemento indispensable: los rezos. El objetivo es que el alma alcance
la santidad.
Despedida del alma
La despedida de las almas comienza a las 12:00 del 2 de noviembre.
Previo a ello, los familiares realizan el desarmado del mast’aku en medio de
rezos, cánticos e incluso llanto. Continúa con la teatralización de la
despedida del difunto también conocida como Kacharpaya. Para ello una persona,
que representa al difunto, se cubre con un manto y es perseguido a chicotazos
para que retorne a su morada. En la zona sur de Cochabamba, algunos dolientes
persiguen al difunto hasta el cementerio o a los ríos donde expresan sus deseos
de un feliz retorno. Tras ello, los familiares se dirigen a los campos santos
donde arman mast’akus y proceden al rezo colectivo a cambio de los urpus
sobrantes. La jornada es acompañada con música y abundante bebida.
Cultura del miedo y terror
El profesor Wilfredo Camacho aseguró que la fiesta celta de Halloween
ensalza la cultura del miedo y terror. Señaló que la misma se propaga como “una
fiesta mercantilista” que llega con mayor énfasis a los niños, adolescentes y
jóvenes.
En contraposición, aseguró que Todos Santos en Bolivia representa la
fiesta de “paz, amor y cariño por los difuntos”. En ella los familiares,
comunidad y visitantes participan colectivamente en la elaboración y armado de
“enormes” mast’akus alusivos a la vida y muerte de los seres queridos. Resaltó
que ambas culturas tienen concepciones opuestas de muerte. Para la primera, es
oscuridad y violencia y para la segunda un “grito a la vida”.
FUENTE BIBLIOGRAFICA
·
QUISPE Carlos, Tradiciones bolivianas, Ed. Quipus, Cochabamba, 2008, pp
105
VIRTUAL
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